domingo, 17 de febrero de 2013

Cosas que en realidad no están ahí






Inmensidad insaciable

Estaba sentado en una silla, frente al comedor, devorando grandes cantidades de arroz con salsa de tomate. Mi engordador favorito en las tardes desperdiciadas de calurosos domingos.

Solo comía, el mundo no me importaba, las manecillas del reloj no se detenían. Mi casa se encontraba muerta, completamente silenciosa, como un cementerio a media noche.
Yo estaba lleno, solo comía por pura gula, por costumbre, por tratar de saciar mi inmensidad insaciable. No lo hacía por hambre.
De repente, una figura muy familiar apareció sentada en el asiento ubicado al otro extremo de la mesa. Me miraba fijamente, pero sin pronunciar una palabra. Lo conocía, era mi reflejo, un clon bien hecho, como mirarse al espejo.
No sentía temor, solo una curiosidad infinita. Dejé el plato de arroz a un lado y subí al comedor, donde solo con unos cuantos pasos, llegué hasta donde él ¿yo? Me senté sobre el frágil vidrio y esperé a que me hablara.
-¿Qué quieres de mí? Le pregunté.
-Todos quieren algo, yo no. Me respondió.
Me sorprendió bastante que me siguiera la corriente.
-¿Cómo apareciste aquí?
-No lo sé. Disfrutaba de la soledad y apareciste de repente.
-¿Eres mi clon?
-No, tú eres el mío.
-No, no lo soy. Solo eres una fantasía, un producto de mi imaginación. 
-¿Y qué tal si tú eres producto de la mía?
-No me agradas.
-Tú tampoco.
Después de eso, los dos nos quedamos en el mayor de los silencios. Poco a poco, a medida que las manecillas del reloj seguían yendo y viniendo, él fue desapareciendo, desvaneciéndose, evaporándose, mezclándose con el maloliente aire, hasta no quedar nada.
¿O había sido yo el que desapareció?
Eso no lo sabía, mi casa volvía al silencio y la tranquilidad que tanto apreciaba. El plato con arroz seguía a mi lado, lo arrastré hacia mí y comencé de nuevo a devorar grandes cucharadas y a seguir desperdiciando mi día.

L.D.M.L