sábado, 18 de mayo de 2013

Hambrientos

Ahora me escondo en la oscuridad, sin hacer un solo ruido, sin moverme un solo centímetro. El sudor se desliza por mi piel, mis ojos no se cierran, mi boca está completamente seca. Les había dicho a todos que no se acercaran a esa cosa, que tratáramos de salir de ahí lo más rápidamente posible.

Nadie me escuchó.
Ellos están ahí afuera, esperando, aguardando a que revele mi ubicación. Ellos están ciegos, pero su oído se ha desarrollado, su olfato también, su piel se cae a pedazos con cada movimiento que hacen. Se ven hambrientos y ansiosos. De sus bocas no salen palabras, sino sonidos parecidos a los que emite un silbato.
Ellos están ahí afuera, esperándome.
Les dije que no se acercaran a esa cosa, a ese pequeño tubo del que salía un líquido verde y viscoso. Hace dos días, todos éramos aseadores, trabajadores de un pequeño laboratorio a las afueras de la ciudad. Ninguno de nosotros sabía que ocurría dentro, que tanto hacían aquellas personas de bata blanca y mirada perdida en aquellos enormes cuartos. Ninguno de nosotros sabía nada y poco nos importaba. Solo hacíamos nuestro trabajo y cobrábamos nuestros cheques.     
Hace dos días algo ocurrió, despertamos por la mañana y nos vimos totalmente encerrados, solos, sin nadie más que nosotros. Las salidas estaban bloqueadas, la  comida y cualquier cosa que pudiéramos usar como herramienta se habían esfumado.
Éramos 20 hombres totalmente confusos y con muchas preguntas pero pocas respuestas.
Nada pudimos hacer para salir o comunicarnos con el exterior. Las paredes eran muy altas y muy gruesas, las puertas estaban bloqueadas herméticamente desde afuera, las ventanas cubiertas con ladrillos y cemento. Ricardo, quien era el más joven del grupo, encontró al medio día, algo en una de las cientos de habitaciones del edificio. Solo era un pequeño tubo de cristal, con un líquido verdoso saliendo de él, tirado en el polvoriento piso. Todos, excepto yo, se sintieron atraído por aquella cosa.
Creo haber sido el único que sintió aquel maloliente olor que salía del pequeño tubo, eso me hizo tomar distancia y advertir que no se acercaran. Los demás solo se hipnotizaban, lo tocaban, lo pasaban de un lado a otro, ignorando mis gritos de advertencia, no porque aquella cosa les sirviera para algo, sino por ser el primer indicio de algo diferente en este lugar lleno de nada.  
La noche llegó pronto. Nadie hablaba. Descansábamos sentados en el suelo del pequeño patio, formando un irregular circulo. Mis compañeros parecían absortos, inmersos en otra realidad, balbuceando incoherencias, mirando detenidamente sus sucias manos. Traté de hablar con ellos, pero ninguno pareció interesado por mí.
Mientras todos caíamos en la locura, en la desesperación, en las garras del aislamiento y la soledad, miraba el oscuro cielo, las brillantes estrellas, sentía como el aire frio estremecía mi cansado cuerpo. Pensaba en mi esposa, en mi pequeña hija, ya debería estar con ellas, y sin embargo, en este edificio sin salida me encuentro encerrado.
Tras un rato, mis compañeros cayeron fulminados por un enorme cansancio, decidí unirme a ellos. En mis sueños podía volar como un pájaro, saltar bastante alto, traspasar aquellos muros enormes que nos separaban de la realidad. En mis sueños estaba contigo, juntando nuestros labios.
Desperté, Ricardo estaba encima de mí, olfateándome. Sus ojos se encontraban completamente blancos, su piel se veía agrietada y ulcerada, su cabello se caía con cada olfateada que hacía. Su apariencia se asemejaba más a la de un monstruo que a la de un ser humano. Sin perder la calma, estuve completamente inmóvil, respirando lentamente, sin parpadear ni tragar saliva, hasta que un sonido llamó la atención de los dos.
Un silbato, ese era el sonido que salía de las gargantas de los demás, eso mis ojos lo pudieron confirmar. Ahora, mis compañeros eran solo unos cuerpos deformes que se caían a pedazos, mientras olfateaban y se arrastraban por el suelo. Ricardo, interesado por aquel sonido, dejó escapar uno de su garganta y se alejó de ahí, reuniéndose con los demás.
Lentamente, levanté mi pesado cuerpo y caminé hacia atrás. No podía creer lo que veían mis ojos, no podía creer que aquellos monstruos solo apenas unas horas antes eran seres humanos. Esas cosas se arrastraban por el suelo, olfateaban, pareciera que buscaran algo. Tomé una piedra del suelo y la lancé bastante lejos, sin importarme el temor que invadía cada fibra de mi ser. Todos se sobresaltaron al escuchar el casi imperceptible sonido de aquella piedra cayendo en el verde pasto y empezaron a correr desesperadamente hacia esa dirección.
Aproveché la confusión de esos seres y corrí a una de las habitaciones donde solían hacer experimentos. Todo había desaparecido, pero el enorme closet donde se guardaban las batas de laboratorio seguía ahí. Me escondí dentro, dejando la puerta parcialmente abierta.
Tenía que haber una forma de escapar de aquí.
Pasó un día entero donde solo vigilaba y en vano, trataba de conciliar un poco el sueño. Al final, varios de ellos entraron. Ya no llevaban ropa, su piel les colgaba de su carne, les costaba mantenerse erguidos. Uno de ellos tenía un pequeño pájaro muerto en sus garras, el cual no tardó en llevarse a la boca y triturarlo con sus mandíbulas. Estas se abrían de una manera elástica, recordándome a los tiburones cuando se alimentan.
Era obvio que me estaban buscando. Tal vez no me veían, tal vez no me escuchaban, pero era seguro que podían olerme. Cada vez se acercaban más, a paso lento, dejando escapar de sus gargantas ese horrible sonido de silbato. Cada vez que lo hacían, llegaban más de su clase, hasta que la habitación estuvo repleta de esas criaturas.
Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad. Solo pensaba en mi inminente muerte, en no poder volver a ver a mi esposa ni a mi hija, en sufrir una horrible muerte, en convertirme en uno de ellos. La impaciencia me enloquecía, los nervios me destruían, esos monstruos estaban cada vez más cerca.
Decidí salir del armario, llamando su atención, pero no lo suficiente. Sin respirar, moviéndome tan ligero como el aire, como una gota de sudor por una piel lisa, pase por su lado, dirigiéndome afuera, saliendo, cerrando la puerta, sosteniendo el picaporte de la de esta con lo poco que me quedaba de cordura y fuerza.
Gritaban, se alteraban, querían derrumbar la puerta. Yo me esforzaba por mantener el picaporte  estático. Los golpes y los gritos se hacían cada vez más fuertes. Me di cuenta que no podría aguantar mucho tiempo, que mi muerte estaba a solo unos cuantos centímetros de distancia. Escuché la voz de mi esposa, de mi hija, decían que todo estaba bien, que era un buen padre, un buen esposo, que ellas dormirían para siempre, a mi lado.
Escuché un “te amo”, mientras la puerta se abría violentamente y todos mis antiguos compañeros, mis antiguos amigos, esos monstruos sin corazón se abalanzaron contra mí y la oscuridad se tragó mi alma.
  
LD.M.L  

lunes, 13 de mayo de 2013

Rosa hermosa


Te miro
Siempre
Te observo
Desde lejos
Detallándote
Maravillándome
Soñando con tu figura
Con tus pensamientos
Con el sudor de tus cabellos
Con tus labios morados
Con el olor que emana de tu cuerpo
Me encantas
Me fascinas
No te conozco
Tú tampoco
Pero sé que eres para mí
Y yo soy para ti
Y si no lo crees
Te convenceré
Te llevaré a mi hogar
Rosas marchitas te regalaré
Con ellas te vestiré
De tu tumba te sacaré
Por siempre
Para siempre
Juntos
Rosa viva
Mi rosa hermosa

L.DM.L