sábado, 16 de marzo de 2013

Disfraz


El asesino se mira en el espejo y confunde una espantosa mueca pegada en su rostro, con la sonrisa más bella jamás vista. Él está tranquilo, sereno, como si estuviera en medio de aguas cálidas, mientras se viste con las ropas más caras y atractivas que tiene en su armario.
Hoy tiene una cita, la primera en muchos años, con una mujer de la que apenas conoce el nombre, la edad, y su hobby favorito: jugar al tenis. Pero no importa, piensa él, al fin y al cabo nadie conoce su verdadero ser, nadie está al tanto del demonio que se esconde bajo esas caras ropas que tapan su cuerpo.
¿Cuánta gente ha matado hasta ahora? ¿5, 10, 20,30? No lo sabía, prefería no llevar un registro de sus crímenes. Lo único que le importaba, lo único que le daba fuerzas para levantarse de la cama todas las mañanas, era ver como la vida de sus víctimas se apagaban poco a poco, frente a sus ojos.
Hombres, mujeres, niños, ancianos, animales, puñaladas, asfixia, disparos, tortura, a nadie perdonaba y todas las maneras le encantaban. Llevaba mucho tiempo haciéndolo, y nadie, ni su familia ni los compañeros de trabajo de medio tiempo en un restaurante para ricos, sospechaban. No solo, y a pesar de vivir en un barrio horrible, en una casa a medio derrumbar y estar lleno de deudas, vestía lo mejor de lo mejor, no solo iba bien peinado, no solo sus zapatos estaban embetunados, no solo se bañaba en litros de loción cara, sino que también se disfrazaba. Era un maestro del engaño.
El asesino se mira en el espejo y ya no ve una hermosa sonrisa, solo una mirada vacía, inquietante, penetrante. Sabía que era atractivo, carismático, amigable, pero había algo que hacía sentir incomodo a las personas que lo rodeaban. Nadie sospechaba, y sin embargo, todos intuían que algo raro se encontraba bajo esa fachada de perfección.
El no saber que era ese algo lo ponía de mal humor y lo hacía perder los estribos; hoy no podía hacerlo, tenía una cita, el disfraz debía seguir intacto.
De repente, el sonido del timbre de su viejo celular lo sacó de su letargo. Contestó, era ella, confirmando el lugar y la hora de la confirmadísima cita. Escuchar su voz le hacía recordar su primera víctima, los gritos y las suplicas de aquella joven chica que veía con horror como dos manos peludas acababan con su vida. Eso lo alegraba mucho.
La llamada termina, la cita es a las tres, en el café lumano, él termina de arreglarse y sale de su fea y vieja casa, compra unas rosas muy rojas y unas mentas para el mal aliento en la tienda de la esquina y se aleja preguntándose como terminara el día.       

L.D.M.L

lunes, 11 de marzo de 2013

DUALIDAD

LAS DOS CARAS DE LA MONEDA NO NECESARIAMENTE REPRESENTAN EL BIEN Y EL MAL, SINO TAMBIÉN, UN BIEN Y UN DESEO DE HACER EL BIEN 



K.A.M.K.