Él
se paseaba por el borde del precipicio, sin mirar abajo, sin sentir
miedo, sin temblar, sin una sola gota de sudor en su frente. Él
desafía a la muerte, le escupe a la cara, se burla de ella y le dice
que no le teme. Juega un juego peligroso pero eso lo divierte.
En
frente, hay un hermoso paisaje de arboles y montañas verdes, ríos
de agua azul y un sol deslumbrante, dominando todo lo que sus rayos
tocan. Eso a él le importa un comino, podría incendiarlo todo,
volverlo cenizas y no sentiría absolutamente nada. Lo que desea con
todas las fuerzas de su corazón es volar como un pájaro, sentir esa
sensación de caída, el aire maltratando su cuerpo, el duro suelo
rompiendo todos su huesos.
Lo
hace, se lanza al vacío, vivir poco le importa, solo quiere sentir
algo, por primera vez en su patética vida. Mientras cae se da cuenta
que el ser humano, y toda la vida en general, solo nacen para morir.
Pero
algo ocurre, cuando choca contra el polvoriento suelo su vida no
termina, su existencia no se acaba. Queda moribundo, con los huesos
rotos, una inmovilidad eterna, una inconsciencia consciente.
Postrado
en una cama, totalmente inútil, después de haber jugado el juego, ahora si puede sentir algo:
tristeza.
Un
destino peor que la muerte, es vivir estando muerto.
L.D.M.L
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